10.5.17

La tragedia de los comunes

Jürgen Schuldt
(Diario El Comercio, 22/08/2016)

Imaginemos una pradera en algún estrecho pero fértil valle serrano en la que un grupo de pastores alimenta a su ganado en tierras comunales. Cada uno busca maximizar sus ganancias y va añadiendo animales a su recua. Como es evidente, a la larga, el interés personal lleva –por acción de la “mano invisible” de Adam Smith– a un desastre colectivo por la sobreexplotación de los pastizales.

Ese proceso fue tratado por el biólogo y ecólogo Garrett Hardin en su célebre artículo “The Tragedy of the Commons” en 1968. En él argumenta que los agentes económicos, aun cuando se comportan de manera racional e independiente, terminan perjudicándose a sí mismos y a los demás en el largo plazo porque –como consecuencia del sobreúso– acaban con los recursos comunes que son la base de su supervivencia. 
Un caso típico más cercano a nosotros es el tráfico vehicular en Lima, que durante los últimos 20 años se ha convertido en un drama para las personas y el medio ambiente. Según el ejemplo anterior, el “recurso común” son las calzadas y los “pastores” somos los conductores del enorme stock automotor. Somos nosotros quienes generamos, directa o indirectamente, la tragedia de los comunes gracias a nuestro peculiar comportamiento.

La variedad de especies de pilotos limeños no la posee ni el Parque de las Leyendas. Las más conocidas son: la que cree que tomando un par de chilcanos maneja mejor y más rápido, la que sufre de daltonismo cuando sube a su vehículo y se pasa la luz roja con todo derecho, la que estaciona donde sea con la puerta medio abierta para llamar la atención del alcalde del distrito por la falta de servicios higiénicos, la que acelera cuando ve a peatones cruzando la pista para ver quién corre más rápido, la que quiere saber qué tan bien manejan otros por lo que con sus luces direccionales indica que va a voltear a la derecha pero cruza hacia la izquierda, la idealista que comete infracciones adrede para asegurar la supervivencia de la familia policial, la que a su paso deja una densa huella de humo negro para demostrar que no ha pasado la revisión técnica, y un sinfín de comportamientos que no tienen nombre. 

El ejemplo señalado es solo otro caso típico de la tragedia de los comunes y que se da en el campo de los bienes públicos, que son aquellos a los que todos pueden acceder gratis: mares, ríos, lagos, cotos de caza, cardúmenes, parques nacionales, bosques nativos, parcelas de cultivo, carreteras públicas, caminos comunes y hasta la atmósfera. A la larga, la miopía en la toma de decisiones no solo amenaza el bienestar del ser humano y de la naturaleza en determinados lugares, sino a todo el planeta, pues se materializa en contaminación, sobreexplotación, destrucción, desertificación, deforestación, sobrepoblación, intoxicación, desperdicio, sobrepesca, incendios, insalubridad, inseguridad, cambio climático, etc. 

Ni la regulación ni la coacción parecen poder resolver estos problemas, en la medida que no son solamente asuntos “técnicos”, sino que involucran normas morales y negociaciones políticas. Lo ilustran casos paradigmáticos de “chacras públicas” como las de La Oroya, Madre de Dios, Hualgayoc y el Vraem, abarcando muchas otras zonas en las que surgen en un entorno de informalidad. 

De manera que, quienes creen que el crecimiento económico puede aumentar indefinidamente, no son conscientes de esta maldición dados los límites del planeta. Las urgentes soluciones indispensables para asegurar la supervivencia de los pueblos en el largo plazo deben adoptarse a nivel local para luego llegar al ámbito regional y nacional, hasta llegar al internacional. Al ser extremamente complejas, las abordaré en otra oportunidad. Mientras tanto, pueden consultar lo que tiene que decir la actual gestión al respecto en las páginas 114 a 129 de su plan de gobierno. 

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