4.4.16

Unidad

Richard Webb
04/04/2016

¿Los peruanos somos unidos? Ciertamente una elección presidencial no es el mejor momento para hacer la pregunta. La contienda acalora y exacerba diferencias, especialmente cuando descubrimos insospechadas diferencias de opinión con familiares y amigos que creíamos gente sensata, y cuando la reflexión filosófica acerca de las opciones políticas adquiere una repentina y alarmante realidad. 

Pero la impresión de desunión está presente también en tiempos normales. Cuando se comparan países, el peruano registra uno de los niveles más bajos de confianza interpersonal, dando como razones el sentirse victimizado y percibir que no se gobierna para el bien del pueblo. Otro indicador es el bajo nivel de felicidad del peruano. Cuando se preguntan las razones, las respuestas no se refieren tanto al problema económico como a las relaciones sociales, como la falta de generosidad y la corrupción. La fuerza del antivoto en las elecciones sería una manifestación de tanta desconfianza. 

Para explicar esta desunión, basta leer casi cualquier obra de los historiadores, sociólogos y economistas. El mensaje común es la dominación, el abuso y el aprovechamiento de unos por otros. Ni siquiera en la historia de la independencia se encuentra un gran sentimiento compartido y, en vez de unión, el evento fue seguido por un siglo de conflicto interno, incluidas propuestas separatistas. Más allá de la historia política se podría acusar a la geografía peruana. Si “la geografía es destino”, como afirma el título de un reciente libro del arqueólogo británico Barry Cunliffe, se tendría una explicación poderosa para entender la desunión. ¿Acaso no somos uno de los países de más accidentada y dividida fisiografía, y el cuarto más megadiverso en el mundo? Las distancias, el difícil movimiento de bienes y de personas, y las marcadas diferencias ecológicas se prestan a la generación de culturas y etnias separadas y diferenciadas, diversidad aumentada además por la esclavitud y la inmigración. Si existiera un índice para medir “la probabilidad de sobrevivencia nacional”, el perfil geográfico, histórico y étnico del Perú nos pondría en la lista de países condenados a la desaparición.

Sorprende entonces que la realidad sea otra. Pese a que en el mundo se vive una epidemia separatista, en el Perú no se registra un movimiento para dividir el país desde la efímera insurrección loretana de 1896. Por contraste, según Wikipedia, en Europa hoy se cuentan 114, en Asia 81, en África 81 y en Sudamérica 11 movimientos que buscan la secesión y creación de nuevas naciones. Países tan desarrollados políticamente como Canadá y Australia no se salvan, tampoco Bélgica pese a su homogeneidad geográfica, pequeño tamaño y su ingreso por habitante alto. Las motivaciones detrás de la epidemia secesionista serían diversas, como el sinceramiento de fronteras que no respetan diversidades étnicas y religiosas, el fracaso generalizado de los gobiernos nacionales, y el interés egoísta de algunas regiones para no compartir sus riquezas naturales con sus vecinos, como fue el caso de Loreto, que no quiso repartir su riqueza cauchera con el resto del país. 

En el Perú, aunque perduran fuertes diferencias y una alta desconfianza y conflictividad, estas no han tomado la forma de un rechazo de la bandera peruana. El respeto por esa bandera es un valor que deberíamos agradecer y un poderoso instrumento que sin duda nos ayudará a controlar y, con el tiempo, a aminorar la conflictividad.

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