El Comercio, 01-05-2016
(http://elcomercio.pe/opinion/rincon-del-autor/peru-24x24-richard-webb-noticia-1898172)
Entre otras distinciones, el Perú es un campeón de la ocupación múltiple, una población de “mil oficios” y cachueleros. En la vida rural es inevitable pero la reducida especialización ocupacional subsiste a pesar de la urbanización. La poca especialización es de esperar en una población diseminada en pequeños caseríos aislados, donde la autosuficiencia es una necesidad de vida. Esta cultura fue observada hace algunas décadas por los antropólogos Fuenzalida, Medina y Ossio entre los mineros de Huancavelica. En vez de la especialización que caracteriza a las empresas formales, los trabajadores terminaban acumulando aprendizajes, cada uno convirtiéndose en un “coleccionista consciente de oficios y habilidades.”
La masiva migración desde el campo a la modernidad urbana tampoco ha significado una mayor especialización. Una explicación sería que en la ciudad los migrantes se enfrentaban a un cuadro de alta incertidumbre y poca información, pero, de otro lado, ante un espectro de nuevas y múltiples oportunidades para el aprendizaje y para negocios propios. La entendible respuesta no fue aceptar y dedicar su vida al primer trabajo disponible sino dedicar años a la exploración y experimentación dentro del mundo laboral, tanto en trabajos proletarios como en pequeños negocios. Además, si en el campo la diversificación laboral se basaba en los oficios adquiridos realizando diferentes empleos, en las ciudades la diversificación del capital humano personal ha incluido una fuerte acumulación de certificados y títulos que, al menos en el papel, abrirían puertas laborales.
Una tercera explicación sería la multiplicación de la migración temporal. Este fenómeno ha sido revelado por el censo agropecuario de 2012, que mide la frecuencia de la migración temporal de la población del campo. El censo revela que la proporción de agricultores que viajó para realizar trabajos temporales en áreas urbanas o en otros predios agrícolas, aumentó de 26 a 41 por ciento entre 1994 y 2012, reflejando una masiva apertura de oportunidades de trabajo facilitada en gran parte por la fuerte expansión de la red vial y por la llegada del celular. En dos tercios de los distritos el aumento superó 50 por ciento. En el distrito de Huayllay Grande (Huancavelica), por ejemplo, la proporción de migrantes temporales aumentó de 24 a 90 por ciento, y en San Cristobal de Raján (Ancash), de 20 a 88 por ciento.
Esta evocación de nuestro carácter mil oficios me vino a colación hace unos días cuando recibí un libro titulado “El Maestro,” editado por el antropólogo Félix Anchi. El autor realza la vida cotidiana del maestro y del “otro trabajo como estrategia de sobrevivencia.” Su estudio se centra en una escuela estatal en San Juan de Lurigancho donde, de los 32 maestros del turno de la mañana, 20 completan su presupuesto familiar con otros trabajos, como administrador de un mercadillo, sastre, fotógrafo, taxista, sicóloga, y vendedora de cosméticos. Complementar un trabajo para el estado con una “ocupación secundaria” se acostumbra también en el sector salud, y en la policía.
Se trata, sin duda, de una práctica no óptima desde el punto de vista de la eficacia, calidad y esfuerzo esperada de los servicios del estado; en efecto, un abandono de la lógica del tiempo completo. Para describir la política laboral en la Rusia Soviética se recurrió al chiste del trabajador que decía, “ellos hacen como si nos pagaran, y nosotros hacemos como si trabajáramos.” Ser mil oficios ha sido un recurso para muchos en una era de transformación y salida de la pobreza, pero en el caso de los servicios del estado, el camino hacia adelante exige un cambio cultural, quizás gradual, pero que permita el aprovechamiento de las eficiencias sistémicas basadas en la especialización, los tiempos completos, y la disciplina laboral.
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