23.6.14

Los sesgos del Índice de Precios al Consumidor: el caso de Argentina

Sustitución en el consumo, medición del costo de vida y tipo de cambio real en la Argentina: 1960-1995

Héctor Maletta

Resumen:

Los índices habitualmente usados para medir la inflación, los "índices de precios al consumidor", miden la variación en el precio de una canasta de bienes y servicios. Sin embargo, desde hace mucho se sabe que para medir las variaciones en el poder adquisitivo del salario o el tipo de cambio real de la moneda, la teoría eco­nómica remite al uso de un "índice económico de precios", es decir a un "verdadero ín­di­ce del costo de vida" (true cost of living index) Este tipo de índice no debe medir la variación en el costo de una canasta fija de bienes y servicios, sino en el costo de man­tener un cierto nivel de bienestar o utilidad. Es un concepto teórico, que no es de fácil aplicación. En sentido estricto, la fórmula de dicho índice de­pende de ­­la función de utilidad de cada consumidor. Por ello en la práctica se utilizan como sus­titutos los índices convencionales ­­­­de pre­cios al consu­mi­dor, ba­sa­dos en una ca­nas­ta fija de bie­nes y servicios. ­Aun­que ade­­cua­dos pa­ra mu­chos pro­­­­­pó­si­­tos prác­ti­­cos, es sabido que esos ín­­di­­ces in­vo­lu­cran un sesgo en la me­di­­ción del cos­­to de vida, pues no toman en cuen­ta las po­si­­­bilidades que tie­ne el con­su­mi­dor de sus­­ti­tuir unos bienes ­­por otros en lu­gar de consumir ­­cantidades fijas. Ese sesgo de sus­­ti­­­tu­ción en el que in­­cu­rren los índices conven­cio­na­les de pre­­­cios no implica ne­ce­­sa­­ria­men­­­te erro­res se­rios de me­di­­ción de la in­fla­ción en el cor­­to pla­zo, pero tiene ­­­­­­con­­se­­cuen­cias acu­mu­lativas que se hacen evidentes cuan­do se tra­ta de un plazo más largo. La es­­pe­ci­fi­cación y estimación de la función de utilidad es una tarea complicada, pero afortuna­da­men­te exis­ten métodos para de­ter­minar índices men­su­ra­bles que ope­ren como índices aproxi­ma­dos del costo de vida, te­niendo en cuenta la sus­ti­tu­ción en el con­sumo, aun sin conocer la fun­ción de utilidad. Este es el enfoque que se sigue en este trabajo. Lue­go de ela­borar una me­dida corregida de la in­fla­ción en tér­mi­nos del cos­to de vida, este es­tu­­dio mues­tra el efecto ­­de esos ajustes sobre la medición de las varia­cio­nes del salario real y del tipo de cam­bio real de la Ar­gen­ti­na en el pe­­río­do 1960-1995.

En la primera parte del trabajo se revisa la teoría de los "índices económicos de pre­cios", es decir los índices de precios que corresponden a conceptos de la teoría econó­mica, cu­ya con­­­creción en lo que se refiere a precios al consumidor es el llamado "ver­da­dero ín­di­ce del cos­­­to de vida"; asimismo se analizan las relaciones entre los índices estadísticos con­ven­cio­na­­les y los índices económicos de precios. Se determina así una metodología para estimar un índice del costo de vida a partir de los índices convencionales de precios. En la segunda parte del trabajo se revi­san las ca­­racterísticas del Indice de Precios al Con­­su­midor de la Ar­gen­tina, y en la tercera se de­ter­mi­nan las características de un ín­dice  es­ti­mado del costo de vida para este país, en­tre 1960 y 1995, computable a partir de los da­tos del IPC. Inme­dia­tamente se aplican las con­clu­sio­nes de ese análisis para cal­cular ese ín­dice estimado, con lo cual se llega a la conclusión de que en esos 35 años se acumuló en los ín­­dices de pre­cios al consumidor una fuerte sobreestimación del aumento del costo de vi­da. El au­men­to (ajustado) desde 1960 hasta 1995 resulta ser sólo un 56% del incre­men­to registrado por el IPC. En otras pa­la­bras, la sobreestimación d­el aumento del costo de vida sería de 77%. ­­Se exa­mi­na también la importancia relativa de diferen­tes clases de sustitución (entre distin­tos bienes, en­tre bienes y servicios, entre distintos ser­vi­­cios, y entre distintas va­riantes de mer­cado del mis­mo bien o servicio). Por último, en la cuarta parte del trabajo se analizan bre­ve­mente las implicancias de es­tos resultados para el cómputo de índices de salario real y pa­ra la evaluación del atra­so o ade­lan­to del tipo de cambio. Con respecto al salario, la me­di­ción convencional (­sa­larios no­minales de­flac­ta­dos por el IPC) sugiere que en 1995 el ­po­der ad­qui­sitivo del salario ­­­­era in­ferior al de 1980 o 1985 (aunque superior ­a los niveles muy ba­jos de 1989-90). Si se toma en cuenta la posibilidad de sustitución con que cuentan los tra­­ba­ja­do­res, su costo de vida ha­bría aumentado menos, y por lo tanto el sa­lario real re­sul­­ta en 1995 más alto que en 1980 y 1985, y la mejora desde 1990 es mu­cho más fuerte.

Con respecto al tipo de cambio, la conclusión principal es que hasta llegar a la converti­bi­li­dad el dólar se cotizó en general por encima del nivel de paridad de poder adquisitivo (conocido como PPP en inglés o PPA en castellano) desde 1960, excepto en el período 1979-81. Respecto a ese nivel teórico, la moneda argentina en general ha estado sub­va­lua­da, y no sobrevaluada. A co­mien­zos de 1991 el tipo de cambio de paridad de poder ad­qui­sitivo era todavía inferior a un peso por dólar, cuando se estableció ese nivel como tipo de cambio oficial para la venta, al pro­mul­gar­­se la Ley de Convertibilidad. Posteriormente el tipo teórico de paridad de poder adqui­si­tivo con­ver­gió gradualmente a lo largo de 1991 y 1992 has­ta coincidir cercanamente con el nivel de un peso por dólar, donde permanece desde fines de 1992 hasta 1995 inclusive. Por lo tanto, no hu­bo tampoco sobrevaluación de la mo­ne­da en la primera mitad de la década del no­ven­ta respecto a la paridad teó­rica de poder ad­­qui­si­tivo (PPP). Sólo puede surgir un atraso apa­rente cuando el tipo de cam­bio teórico se cal­­cula de manera con­ven­cional (tomando un tipo de cambio cualquiera, oficial o de mer­ca­do, vigente en algún momento del pasado, y ac­­tua­li­zán­­dolo con índices or­di­na­rios ­de pre­cios al consumidor). Ese cálculo convencional pue­de ser cues­tio­nado en dos aspectos: por la elec­­ción del tipo de cambio de referencia, que de por sí pue­de ser muy alto, y por la elec­­ción de ín­di­ces de precios que sobreestiman la pér­di­da de po­der ad­qui­sitivo de la mo­ne­da.

Por ejem­plo, el tipo de cambio oficial de 1960 (reconocidamente muy alto des­pués de la de­va­­­lua­ción de 1959), ac­tua­li­za­do hasta 1995 con los IPC de Ar­gen­­­tina y Estados Unidos, sin ajustar el sesgo de sus­ti­tución, indicaría para 1995 un tipo de cam­bio "teó­rico" de 2,31 pesos por dólar, 131% más al­to que el tipo de cambio entonces vigente de un peso por dólar, y por lo tanto con un fuer­te atraso cam­biario. Si se se toma como referencia el tipo de cam­bio de pa­ri­dad de poder ad­qui­si­tivo de 1960 (calculado por la CEPAL), y se lo ajusta con ín­di­ces es­­timados del costo de vida de Argentina y de EEUU, el tipo de cambio teórico (PPP) de 1995 resulta estar entre 0.98 y 1.04 pesos, es decir muy cerca del tipo de cambio de un peso por dólar que entonces regía.

¿Por qué ese cálculo es relevante? El tipo de cambio PPP no tiene por qué ser el tipo de equilibrio de mercado en ningún momento dado. Expor­tar con un tipo de cam­­bio más alto es posible, y muchos países tratan de mantener su tipo de cambio en niveles más elevados, pero ganar competitividad de ese modo no denota "verdadera" competitividad de la economía si­no una com­petiti­vi­dad "espuria" artificialmente fabricada por la política cambiaria, y en condiciones de economía abierta el gobierno no puede determinar el nivel del tipo de cambio real en forma duradera. El tipo de paridad de poder ad­quisitivo pue­de así ser usado como un parangón de largo plazo para una eco­no­mía abierta que aspira a competir en el mercado mundial, pero no tie­ne por qué constituir un tipo de cam­­bio de equi­librio en el corto plazo pa­ra una eco­no­mía cual­quie­ra en un momento deter­mi­nado, don­de los costos de las ac­ti­vi­da­des pro­duc­tivas son el resultado de de­ci­sio­nes tomadas ba­jo tipos cambiarios ­­superiores al PPP. Por el contrario, si el tipo de cambio (por restricciones ex­ter­nas) debe si­tuarse en el nivel PPP, entonces la es­tructura económica debe adap­tar­se a ese modo de rela­cio­na­mien­to con la economía in­ter­nacional. El estudio por otro lado sugiere que en un sistema de con­vertibilidad el tipo de cambio PPP y el tipo  de cambio del mercado tienden a coincidir, siempre que su diferencia inicial no sea muy amplia y el tipo de mercado sea más o menos estable (no necesariamente fijo) a fin de permitir que los precios relativos y el tipo PPP se ajusten consecuentemente. 

Puede descargar el documento completo en español aquí y una versión en inglés aquí.

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