23.2.15

Luces y sombras en Piketty

Germán Alarco

(Revista Ideele 247, Febrero 2015)

El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty ya está circulando en español. El libro fue editado por el Fondo de Cultura Económica de México a partir de su versión francesa con un tiraje de 10,000 ejemplares y salió a la luz pública en diciembre del año pasado. Es un libro de lectura obligatoria para todos quienes están interesados tanto en el estado actual de la economía, sociedad y política, como en las perspectivas sobre el futuro del mundo (hay varias secciones avizorando que podría ocurrir en el siglo XXI). Asimismo, la publicación es parte de la tradición que combina un tema económico con referencias continuas a diversos pasajes de novelas históricas francesas e inglesas del siglo XIX y XX relacionadas al tema. Se consideran tres ecuaciones básicas para orientar el texto de 663 páginas, pero tanto al inicio como al final se reitera que el libro es de lectura general, no es sólo para economistas ni gentes especializadas en la distribución del ingreso y el crecimiento económico.

Su aportación principal consiste en demostrar estadísticamente que el incremento de la desigualdad en la riqueza y los ingresos es la regla del capitalismo, la cual es una fuerza amenazadora para las sociedades democráticas. Piketty llega a esta conclusión al demostrar que desde el siglo XVIII al XXI la tasa de retorno al capital ha sido más elevada que la tasa de crecimiento de la economía. Se acumula riqueza a favor de unos pocos, lo cual tiende a transformar al empresario en rentista y a dominar cada vez más a quienes sólo tienen trabajo. “Una vez constituido, el capital se reproduce solo, más rápidamente de lo que crece la producción. El pasado devora al porvenir” (p. 643). Frente a este diagnóstico y perspectivas se propone la reactualización del programa socialdemócrata (también lo llama Estado social) y de un impuesto mundial progresivo sobre la riqueza menor al 2% anual, pero entre 5% o 10% para patrimonios por arriba de los 1,000 millones de euros.

Para desilusión de algunos y alegría de muchos, Piketty no es un economista radical. El diagnóstico y propuestas se ubica quizás al centro izquierda pero no más. Se relieva una materia que la economía estándar ha llevado al olvido, retomando la tradición de los economistas clásicos que destacaban su importancia. No obstante lo anterior, el libro tiene problemas y a nuestro juicio fallas en el marco teórico que van a limitar el diagnóstico, análisis y en explicar porque la desigualdad es un tema clave para la economía en todos los tiempos. Desafortunadamente se queda alrededor de muchos de los argumentos y explicaciones de la economía neoclásica. Frente a lo magistral del trabajo estadístico elaborado por él y un grupo de 30 personas también tiene algunas carencias en la interpretación de la realidad y le falta demostrar que su propuesta central es superior a las más tradicionales relativas a incrementar tanto las tasas del impuesto a la renta a los tramos de altos ingresos como los impuestos a las herencias.

Estructura general

El libro tiene cuatro partes más la introducción donde se aborda el marco teórico, las fuentes de información, el espacio de análisis geográfico e histórico analizado y los principales resultados obtenidos. Al respecto, la información estadística de largo alcance corresponde en primer lugar a Francia, seguida por las relativas a Alemania, Canadá, Dinamarca, EE.UU., España, Italia, Japón y Suecia. Se presenta también información parcial y de un horizonte más corto para Argentina, Australia, China, Colombia, India, Indonesia y Sudáfrica. La construcción de series y el análisis equivalente bajo este enfoque para el Perú es prácticamente imposible. No hay declaraciones ni impuestos a las herencias que aportarían la data sobre la riqueza. Tampoco la autoridad tributaria permite el acceso a las declaraciones de impuestos, ni proporciona agregados sectoriales o por tramos de ingresos bajo el argumento de reserva tributaria. La última información proporcionada sobre este tema fue durante el Gobierno Militar en la década de los setentas en que se publicó la lista de las principales personas naturales y jurídicas contribuyentes al impuesto sobre la renta.


Piketty nos anticipa en la introducción sus principales hallazgos. En primer lugar, hay que desconfiar de todo determinismo económico sobre la distribución del ingreso y la riqueza. “La historia de la distribución de la riqueza es siempre profundamente política y no podría resumirse en mecanismos puramente económicos” (p. 36). La verdad es que los principales resultados en cuanto a la riqueza, ingresos y su distribución son los esperados, los mismos que fueron presentados con pruebas parciales y fragmentadas por otros autores. La gran aportación del libro es que este refleja un esfuerzo impresionante, más vasto e integrador en profundidad y extensión partiendo de fuentes directas como el análisis de las declaraciones de impuestos a la renta y a las herencias. Hay también muchas nuevas evidencias. Asimismo, es meritoria la capacidad del autor para haber colocado en agenda un viejo tema, divulgando nuevos y viejos resultados que antes eran de conocimiento de pocos y que ahora son y lo serán de muchas personas. La segunda conclusión es que la dinámica de la distribución pone en juego mecanismos que empujan en el sentido de la convergencia y otros hacia la divergencia –que están predominando-, pero según el autor no existe un proceso natural y espontáneo que haga que unas fuerzas prevalezcan sobre las otras.

La primera sección del libro discute sobre las categorías de análisis: ingreso-producción y riqueza nacional (pública y privada); asimismo sobre las tasas de crecimiento económica per cápita concluyendo que hasta una tasa del 1% anual es significativa en el largo plazo. La segunda sección presenta los resultados sobre la relación capital/ingreso - en realidad riqueza/ingreso, tanto a nivel agregado como los cambios en su composición (pública y privada), por tipo de activos: tierras agrícolas, viviendas, capital extranjero neto, otro capital interno y “esclavos” (en algunos casos) para las economías analizadas. En esta parte también se analiza la distribución de los ingreso a favor del factor capital y del trabajo. En la tercera sección se alude a la estructura de las desigualdades presentando la información de ingresos por deciles al total, por ingresos de capital y de los asalariados. El autor relieva el tema de los salarios de los altos ejecutivos como un factor explicativo de la elevada desigualdad actual. La cuarta sección discute como regular el capital en el siglo XXI.

Marco teórico limitado

Las explicaciones sobre K. Marx son escuetas, casi de igual dimensión que los espacios asignados a D. Ricardo, T. Malthus y A. Young. Es cierto que el libro no tiene pretensiones teóricas pero sus críticas con relación a Marx son excesivas al señalar que “parecía pasar por alto completamente la contabilidad nacional que se desarrollaba en su entorno, lo que es tanto más lamentable porque le habría permitido confirmar, en cierta medida, sus intuiciones sobre la enorme acumulación privada característica de su época y, sobre todo, explicar su modelo explicativo” (p. 253). A pesar de mencionar a los clásicos anteriores, Piketty se guía por S. Kuznets quien midió la desigualdad hasta los años cincuenta del siglo XX identificando que esta se reducía en la medida que el producto per cápita era más elevado.

J.M. Keynes y N. Kaldor sólo tienen espacios equivalentes a notas al pie de página sobre temas marginales. En el primero de los casos sobre el reparto del ingreso entre capital y trabajo (p. 242) y en el segundo sobre sus aportaciones al tema de los impuestos (p. 547). En el libro hay también otras referencias menores a Keynes. Sin embargo, llama la atención que cuando se menciona que la política fiscal y monetaria anticíclica han evitado “que la crisis de 2008 no haya desembocado en una depresión tan grave como la de 1929” (p. 520) se olvida de señalar que eso se debió a Keynes. Piketty elude o ignora que Keynes propuso también los impuestos a los ingresos y a las herencias en tiempos de crisis con el propósito de contribuir a elevar la propensión a consumir y el consumo para hacer frente a las crisis por insuficiencia de la demanda efectiva (Capítulo 24 de la Teoría General). La reducción de las desigualdades redistribuyendo recursos de los ricos a los más pobres es positiva para la demanda y el nivel de actividad económica.

M. Kalecki y todos los poskyesnesianos viejos como P. Garegnani y los jóvenes que siguen en la tradición que vincula la formación de precios, la distribución del ingreso, la demanda  y el nivel de producción no existen para Piketty. En todos estos, a diferencia de Keynes, el tema distributivo es transparente y central a sus modelos. La mayor participación de las ganancias en el producto tiene su origen en las estructuras de mercado predominantes no competitivas (principalmente oligopólicas) a partir del grado de monopolio o del margen de ganancia que se fija sobre los costos de producción. El nivel de las ganancias se determina tanto por el factor anterior como por el nivel de demanda, donde la inversión y el comercio exterior son primordiales. Tiene que haber demanda para que haya ganancias. Si los empresarios no invierten las ganancias son menores. Tampoco se menciona la vertiente de Minsky mediante la cual el auge conduce al sobreendeudamiento, a la fragilidad financiera y a la crisis ulterior.

Otros postkeynesianos como J. Robinson y L. Pasinetti son malinterpretados por el autor cuando se habla de la controversia de Cambridge en términos de si el sendero de crecimiento económico es estable o inestable (p. 253-256). En realidad el meollo de la discusión radicó en cómo explicar los ingresos de los diferentes factores de la producción. Los economistas estadounidenses insisten que depende de las productividades marginales (contribución de cada factor de producción al producto). Los críticos plantean que hay un problema conceptual serio: un círculo vicioso, ya que para determinar el valor del capital necesitan sus rendimientos pero para determinar este se requiere previamente del valor del capital. Piketty reconoce que “en los modelos más complejos y realistas la tasa de rendimiento del capital depende también del poder de negociación y de las relaciones de fuerza de los grupos involucrados” (p. 234). Sin embargo, devela su enfoque neoclásico al afirmar líneas adelante que “en todo caso, la tasa de rendimiento del capital se determina principalmente por dos fuerzas: la tecnología y la abundancia del acervo de capital” (p. 234).

En el libro de Piketty tampoco están los regulacionistas franceses como R. Boyer que vinculan el análisis económico con la historia y el análisis social. No hay marxistas de los diferentes siglos; por allí una alusión trivial a F. Engels. Ninguna a P. Baran, E. Mandel y, P. Sweezy, ni a los neomarxistas que han trabajado y siguen estudiando teórica y empíricamente la evolución de la tasa de ganancia y las diversas modalidades de crisis: sobreproducción (subconsumo), financieras y la combinación de ambas desde los estudios de T. Weisskopf a finales de los años setenta. La lista de autores omitidos es larga. 


Problemas con las leyes básicas

Todo el libro se construye a partir de lo que Piketty denomina como tres leyes fundamentales del capitalismo. La primera relativa a que la participación del capital en el ingreso nacional depende de la tasa de retorno al capital por la relación capital/ingreso o riqueza/ingreso. La segunda ecuación sirve para determinar la relación capital/ingreso que sería resultado del cociente de la tasa de ahorro de la economía y de la tasa de crecimiento económico. Al respecto, mientras la primera es una igualdad contable, la segunda parte de invertir una ecuación descubierta por R. Harrod, en la cual la tasa de crecimiento de la economía en el largo plazo sería el cociente de la tasa de ahorro y la relación capital/ingreso. El autor invierte la relación inicial al señalar que la relación capital/ingreso debe ser la incógnita, ya que no es fija, ni se deriva exclusivamente de aspectos técnicos. En realidad, esta es una aportación interesante pero que pierde la fuerza inicial de Harrod cuando se incluye en el total de la riqueza a los activos netos no productivos como el valor de las viviendas, más aún cuando estos pueden fluctuar a la par de la formación de burbujas en los precios de los activos.

La tercera ecuación consiste en verificar el resultado de la diferencia entre la tasa de retorno al capital y la tasa de crecimiento de la economía. Si esta relación es positiva predominan las fuerzas divergentes que elevan la concentración de los ingresos y de la riqueza. Si la diferencia fuera negativa predominarían las fuerzas convergentes a favor de una mayor igualdad. Al respecto, la evidencia en el largo plazo muestra que la tasa de retorno al capital (alrededor del 5%) ha sido superior a la tasa de crecimiento económico. Sin embargo, el autor no analiza pormenorizadamente estas variaciones a lo largo el tiempo ya que las agrupa en periodos largos. Tampoco hay vinculación alguna entre esta variable con la tasa de crecimiento económico. De esta forma con los datos de Piketty no se puede analizar el principio marxista de la tendencia decreciente en la tasa de ganancia como una de las explicaciones de las crisis, respecto de los autores neomarxistas que presentan evidencia empírica sobre el tema.

Quizás en Piketty hay un énfasis contable excesivo en la variable capital/ingreso o riqueza/ingreso. Las series históricas de ésta y sobre las desigualdades son magistrales, destacando las explicaciones sobre el periodo de mayor concentración en Francia de fines del siglo XIX e inicios del XX, los “treinta gloriosos” (años) en que esta se redujo y el proceso de concentración posterior. Sin embargo, llama la atención  que en las explicaciones del mismo periodo en los EE.UU. no se destaque el rol del consenso social a favor del reparto compartido entre salarios-beneficios, el rol de los impuestos a los ingresos y las herencias y de las políticas a favor de la libre competencia y en contra de la concentración que se instauran a partir de 1890 con la Sherman Antitrust Act. También son insuficientes las explicaciones sobre el agravamiento de la desigualdad a partir de los años ochenta. Por otra parte, en realidad faltarían otras ecuaciones al esquema de análisis como las relativas a determinar el retorno al capital con argumentos menos psicológicos (p. 396) y el nivel de actividad económica, que no pueden ser simplemente exógenas. Son al mismo tiempo origen y resultado. 


Fundamento y recomendaciones de política

El reducido marco teórico condiciona a que el autor plantee que la desigualdad es básicamente negativa porque afecta a la democracia. Es un canal de transmisión muy importante, pero no el único. En entrevistas posteriores ha sido más claro en la argumentación, pero en el libro no lo es. Para él, “la desigualdad rompe el contrato social, rompe el principio de igualdad frente a la ley, de igualdad frente al sufragio universal”. Luego continúa señalando que “cuando tenemos una desproporción extrema de los medios financieros tenemos también una desproporción extrema de los medios de influencia en la vida política” (http://pagina12.com.ar/diario/elpais/1-260940-2014-11-30.html). Se olvida del circuito económico de la desigualdad hacia el estancamiento económico y la erosión de la cohesión social. La mayor desigualdad genera un progresivo desgaste del capital social y desorden social.

En lo estrictamente económico sólo menciona marginalmente que la desigualdad puede afectar la apertura económica, las fuerzas de la competencia y la acumulación por el peso de la riqueza heredada (p. 519 y 644). Asimismo, sólo hay pequeñas referencias a que la desigualdad contribuyó a debilitar el sistema financiero. “El alza de la desigualdad tuvo como consecuencia un casi estancamiento del poder adquisitivo de las clases populares y medias en los EE.UU., lo que incrementó la tendencia a un creciente endeudamiento de los hogares modestos” (p. 324), temas que ya han sido tratados por diversos postkeynesianos y neomarxistas.

Por último, es importante señalar que el impuesto progresivo a la riqueza “permitiría que prevaleciera el interés general sobre los intereses privados” (p. 519). Asimismo, “la función principal del impuesto sobre el capital no es financiar al Estado Social, sino regular el capitalismo. Se trata por una parte, de evitar una espiral de desigualdad sin fin y una divergencia sin límite de la desigualdad derivada de la riqueza y, por otra, de permitir una regulación eficaz de las crisis financieras y bancarias” (p. 577). También su alegato final es importante: “sin verdadera transparencia contable y financiera, sin información compartida, no puede haber democracia económica. Y al contrario, sin derechos reales de intervención en las decisiones (como derecho a voto para los asalariados en los consejos de administración), la transparencia no sirve de mucho” (p. 641).

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