Carlos Parodi
Nadie duda que en los últimos diez años, el crecimiento económico, medido por los aumentos en el PBI (valor de la producción total de bienes y servicios finales en un período de tiempo), ha caracterizado a la evolución de la economía peruana. La economía peruana produce cada vez más. Sin embargo, otra verdad evidente es que observamos cada vez más conflictos sociales y huelgas por todos lados. La pregunta es entonces, ¿qué pasa? Una cosa es medir los resultados económicos a través de los indicadores clásicos como la evolución del PBI, la inflación, y las exportaciones, entre otros; y otra distinta es analizar los resultados sociales, como por ejemplo, la pobreza, la desigualdad, el acceso a agua potable y desagüe, el acceso a educación y salud de calidad, etc. Un país puede tener resultados económicos favorables pero no sociales.
En este post quisiera hacer mención a la desigualdad, a propósito de un libro publicado por Thomas Piketty, titulado “El Capital en el Siglo XXI”, y convertido en un best seller mundial. Piketty señala que el problema de fondo del capitalismo es la creciente desigualdad. Más allá de sus propuestas con las que podemos estar o no de acuerdo, resulta relevante el acento puesto en la desigualdad, más que en la pobreza. Existen varios vínculos que explican una posible causalidad entre desigualdad y crecimiento económico; en otras palabras, es menos sostenible crecer a tasas razonables en países con mayor desigualdad. Veamos algunas hipótesis.
En primer lugar, el “vínculo fiscal”, que sostiene que, en general, quienes tienen menores ingresos votarán por aquellos candidatos que aboguen por una tributación mayor; esto es lógico pues perciben que el Estado debe aumentar su gasto en programas redistributivos y de erradicación de la pobreza y para ello, debe incrementar los impuestos para financiar el mayor gasto público. Por lo tanto, en sociedades con una distribución de ingresos muy desigual, la mayoría de votantes favorecerá una tributación más alta, la que a su vez desincentiva la inversión y por ende, el crecimiento económico.
En segundo lugar, el vínculo de la “inestabilidad”, que enfatiza el efecto de la desigualdad de ingresos sobre la situación social a través de dos canales: de la distribución de ingresos a la inestabilidad política y de la inestabilidad política al crecimiento. La existencia de un amplio sector de la población en condiciones de pobreza (el dato de la pobreza monetaria para 2013 es 23.9%, como lo comenté hace dos viernes), origina presiones para alterar el statu quo socioeconómico existente, demandando cambios radicales. Como resultado, a mayor desigualdad de ingresos, mayor tensión social. La idea es que la desigualdad de ingresos es un determinante importante de la inestabilidad sociopolítica. Los países con mayor desigualdad de ingresos son políticamente más inestables. Seguidamente, esta mayor inestabilidad tiene efectos adversos sobre el crecimiento.
Estas dos hipótesis podrían explicar por qué el programa original de Ollanta Humala, “La Gran Transformación” obtuvo un poco más del 30% de los votos en la primera vuelta, tanto en 2006 como en 2011.
En tercer lugar, la exagerada desigualdad de ingresos en la región (América Latina es la región con mayor desigualdad de ingresos del mundo), aumenta la presión política para recurrir a una política macroeconómica que eleve los ingresos de los grupos más desfavorecidos. La presión lleva a elecciones equivocadas en materia de política económica, las que a su vez originan un comportamiento económico más débil. Esto podría explicar lo ocurrido con la economía peruana entre 1985 y 1990.
En las siguientes entregas ahondaré en el tema con preguntas: ¿Cómo se genera una distribución de ingresos y cómo se mide? ¿Y la desigualdad en el acceso a servicios básicos de calidad? ¿Y la desigualdad de la riqueza? ¿Existe una distribución de ingresos justa?, ¿Y la relación del crecimiento a la desigualdad?, etc.
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