FUENTE: El Comercio, febrero 23, 2015 (http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/cuestion-distincion-jurgen-schuldt-noticia-1792679).
Uno de los supuestos fundamentales de la teoría microeconómica ortodoxa del consumidor es que quienes compran bienes adoptan decisiones independientemente de las preferencias de sus congéneres: el consumidor sería soberano.
Sin embargo, no siempre se cumple ese postulado, pues todos compramos muchas mercancías en función a los patrones de consumo de nuestra familia, vecinos o grupos de referencia. Es lo que los economistas heterodoxos denominan “externalidades en el consumo”. Son dos los casos más notables de estas externalidades sociales, según Harvey Leibenstein.
Por una parte, figuran los bienes “ciempiés”, que adquirimos principalmente por arrastre, porque otros lo hacen, más que por decisión propia. Es el deseo de estar en sintonía con la moda lo que le rinde “utilidad” al consumidor. Ejemplos típicos de estos bienes “populares” y que le permiten a las personas estar “a la par” con el resto, especialmente de los de su estrato socioeconómico o del inmediatamente superior: Spotify y YouTube; canciones de Pitbull; versiones comunes de iPad, iPod o celulares; muñecas Barbie; relojes Swatch; libro de Piketty.
A medida que la presencia social de esos bienes se generaliza, aumentan las ventas, con lo que pequeñas reducciones del precio expanden las demandas individuales y con ello la de ese mercado. De ahí que cualquier empresario desearía que los artículos que produce se conviertan en bienes ciempiés, porque a más consumidores que logre atraer y “se suban al carro” (‘Bandwagon’, los denominó Leibenstein), sus ventas aumentarán más que proporcionalmente gracias al “contagio social”.
Por otro lado, casi su contrario, Leibenstein analiza los bienes “esnob”, variedad de estas “externalidades de red” en el consumo, ligadas al “efecto demostración” (James Duesenberry). Son bienes exclusivos de elevado precio que el consumidor compra para impresionar y diferenciarse de la mayoría en términos de prestigio, sofisticación, distinción, estatus y/o poder, lo que le otorga un mayor bienestar subjetivo. Los ejemplos abundan: lapiceros Mont Blanc; carteras Michael Kors; mochilas Kipling; camionetas Porsche.
Los bienes “esnob” no deben confundirse, sin embargo, con una variedad de bienes de lujo aparentemente similar, que se ha dado en llamar ‘veblen’ (en honor al economista-sociólogo del 900). Digamos que usted desee regalar un vino o un perfume, pero, como no es enólogo (aunque ahora todos creemos serlo) o experto en fragancias, no tiene los conocimientos de la calidad de lo que comprará, por lo que toma una decisión en función al precio del bien. Así, implícitamente, usted considera que “a mayor precio, mayor calidad” y opta por el más caro, dentro de límites. Es lo que se conoce como “consumo conspicuo” y motiva una curva de demanda de pendiente positiva, reflejo de una conducta que se considera “irracional”.
En breve, en una civilización materialista como la contemporánea, en muchos casos la autoestima corre al ritmo de lo que poseemos y se correlaciona con lo que consumen nuestros grupos de referencia. Ese sería el supuesto gran mérito de las economías capitalistas, permitiéndole sobrevivir, atándonos a la compra sostenida por presión social. ¿Será que el hombre está al servicio del mercado, a costa de sus necesidades axiológicas universales y de las existenciales fundamentales?
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