Jurgen Schuldt
El Comercio, 28/09/2015
La edición del 25 aniversario de “Gestión”, publicada el viernes, incluye un artículo de un renombrado economista que contrasta el crecimiento chileno, colombiano y peruano con el argentino y venezolano. En su opinión serían “esencialmente las condiciones internacionales” las que determinan nuestro desempeño, para bien o para mal.
Así, cuando los precios internacionales son altos, nuestro crecimiento se dispara, lo mismo que nuestras cuentas externa y fiscal. Y al revés, cuando descienden las cotizaciones de nuestras exportaciones, se reducen las inversiones foráneas y el crecimiento. Según el colega, si no nos hemos ahogado es porque hemos seguido políticas “neoliberales” (como Chile y Colombia), a diferencia de los que no crecieron tanto como nosotros (Argentina y Venezuela) por aplicar recetas “no neoliberales” (¿populistas?).
El argumento es lógicamente impecable, pero no cuestiona por qué es determinante el entorno internacional, cuando es evidente que somos un país primario-exportador. Este modelo no tiene nada extraño, pues es consecuencia lógica de la globalización, que en nuestro caso –“Perú: país minero”– destapó automáticamente nuestras ventajas comparativas cuando se aplicaron políticas de librecambio.
Las buenas condiciones externas fueron aprovechadas por las mineras, que se arriesgaron a invertir en el país desde 1993. Cosecharon sus mayores frutos desde que se inició la bonanza de precios a fines del 2002. Así, los economistas, políticos y empresarios adictos a los mercados libres comenzaron a interiorizar la mentalidad “exitomaníaca”: creían que ese proceso económico se extendería ad infinítum. Por tanto, sería suficiente aplicar políticas neoliberales para emular la exitosa ruta de crecimiento australiana, noruega o neozelandesa. Olvidaron que estas recién transitaron hacia la primario-exportación cuando ya eran países desarrollados, institucional, económica y políticamente.
Ante ese carnaval de optimismo, hasta hace poco nadie reconocía que los ciclos de precios de las materias primas no durarían más de ocho años y que la sobrevaluación del tipo de cambio perjudicaría ciertas ramas transables, entre otras falencias. De ahí que no sea cierta la afirmación del autor, que solo cuando las papas comenzaron a quemarse hacia fines del 2013 los críticos calificaron como “un eterno candidato a culpable al modelo de desarrollo”.
Lo cierto es que, desde mediados de la década de 1990, muchos economistas alertaron sobre los peligros que implicaba económica y sociopolíticamente la instauración del modelo neoliberal extractivista, pues fueron muchos los países que sucumbieron a la “maldición de los recursos naturales”. Para el autor, “el culpable es otro”, no es el modelo neoliberal, sino la política económica “no neoliberal” de unos y, sobre todo, las cambiantes “condiciones internacionales” que afectaban a todos, en las malas y en las buenas.
Y es que la mentalidad “exitomaníaca” que se alimentó del ‘boom’ de las exportaciones primarias depositó toda la confianza de la gestión político-económica en las instrucciones que le daba el macro-GPS. Así, se desaprovechó la oportunidad que brindaba la bonanza sin precedentes –dados los enormes excedentes que generaba el estilo de crecimiento– para innovar, descentralizar y diversificar la economía a fin de ofrecer un multifacético menú de exportaciones y ampliar el mercado interno.
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