El Comercio, noviembre 2, 2015
Alfred Nobel, químico sueco que inventó la dinamita, consciente de sus consecuencias, creó los premios que llevan su nombre y que debían darse a quienes “habían aportado al mayor beneficio de la humanidad”. Así, anualmente desde 1901, la Real Academia de Ciencias de Suecia anuncia a los galardonados en Física, Química, Medicina, Literatura y de la Paz. Posteriormente, desde 1969, el Banco Central sueco –por su 300 aniversario de fundación– premia en Ciencias Económicas con 10 millones de coronas suecas (US$1’180.000).
Esta presea ha sido siempre la más controvertida, cuestionada incluso por la familia Nobel, que nunca pensó que se la darían a los economistas, habida cuenta que alguna vez el bisabuelo había escrito que les tenía un “odio de todo corazón”. Al respecto, su bisnieto Peter Nobel, publicó un artículo contra de este galardón: “Lo que el Banco de Suecia hizo fue similar a una infracción contra una marca registrada, lo que significa un inaceptable robo a los verdaderos Premios Nobel”, a lo que añadió que “dos tercios de esos premios fueron a economistas de Estados Unidos, a gente que especula en mercados de valores. Estos no tienen nada que ver con el objetivo de Alfred Nobel de mejorar la condición humana y de propiciar nuestra supervivencia, ellos son exactamente lo opuesto”.
Argumento similar al de Gunnar Myrdal, quien afirmó que “deseaba la abolición del premio porque había sido otorgado a reaccionarios como Friedrich von Hayek y, después, a Milton Friedman”. Por otra parte, Hayek (que recibió el Nobel el mismo año que Myrdal, en 1974), indicó que no era conveniente “porque el Premio Nobel le confiere a un individuo una autoridad que en Economía no debería poseer ningún hombre”.
Hay que reconocer lo complejo que es elegir a quienes serán premiados, que pertenecen a las más diversas especialidades y, sobre todo, a “escuelas” de economía disímiles, como la austríaca, institucionalista, neoneoclásica, neokeynesiana, psicoeconómica, etc. Es comprensible, así, que el jurado premie erróneamente a alguno o ignore a otro que se lo merecía. Por ejemplo, en Economía a quienes fundaron una tristemente célebre empresa financiera (Long Term Capital Management) cuyo éxito se basaría en una innovadora teoría para estimar el valor de los derivados que los hizo merecedores del galardón y que poco tiempo después quebró. Y, al revés, cuando no se lo dieron a alguno, como en Literatura, en que se lo negaron a Borges (por razones políticas). O en Economía, en que se lo merecía Georgescu-Roegen (porque se adelantó a su tiempo). Quizá por ello, para guardar las formas con los herederos, ahora la presea se llama “Premio del Banco de Suecia de Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel”.
En resumen, pese a que la teoría económica aún se encuentra en pañales, no solo en sus pronósticos, vale la pena premiar a quienes se esfuerzan por resolver sus limitaciones. Tenía mucha razónJoseph Stiglitz cuando afirmó que el premio en Economía “sirve para la ilustración pública, ya que ofrece ideas económicas que adquieren una publicidad e interés que de lo contrario no tendrían”. Quizá hacia fines de siglo se constituya un enfoque de carácter multidisciplinario que nos permita llegar a resultados más satisfactorios para el bienestar general, como quería Alfred Nobel.
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