El Comercio, 22 de noviembre 2015.
Regresa el miedo al alza del dólar, que se suma a otras inseguridades. Estrictamente, la volatilidad cambiaria no había desaparecido del todo, pero el miedo es más un asunto de signos exteriores que de probabilidades matemáticas. Cuando se vive un periodo de calma sísmica, por ejemplo, nos olvidamos de los terremotos, pero el miedo regresa con fuerza ante el primer temblor. Así, nos estábamos acostumbrando a la buena vida de un dólar disminuido, optando por ahorrar en soles, tomando préstamos en dólares, viajando por el mundo y confundiendo la bonanza de los metales con la competitividad.
Recién ahora, cuando llevamos varios meses de encarecimiento del dólar, nos acordamos de la matemática, y recurrimos al concepto del tipo de cambio de equilibrio. Tratando de calmar las aguas, las autoridades apelan a ese cálculo para despejar el temor de un derrumbe asegurando que el precio de las divisas se encontraría donde “debería estar”. El sustento para ese argumento es un cálculo sofisticado que toma en cuenta sobre todo la evolución de los precios y costos internos, y de la productividad.
El problema es que ese cálculo consiste en mirar para atrás. Pero el ‘nivel apropiado’ de un tipo de cambio no es un asunto del pasado sino del futuro. Mi propia definición del nivel apropiado sería un dólar que asegure una alta tasa de crecimiento de las exportaciones, en especial las no tradicionales, cuya competitividad dependa en gran parte de sus costos. Es cierto que la estadística se limita al pasado, pero, cuando el futuro trae cambios sustanciales, lo que se gana en precisión estadística se pierde en relevancia. Todo indica que el mundo de los próximos diez años será muy diferente al de los últimos diez. Y, en particular, que el futuro será sustancialmente más competitivo que el pasado reciente. El precio ‘equilibrio’ del pasado, entonces, no necesariamente será el del futuro (realidad que está siendo reconocida por un gran número de países –competidores nuestros– que vienen preparándose para ello devaluando sus monedas en los últimos meses).
De allí que sea un momento oportuno para revisar la política del tipo de cambio en el Perú. ¿Quién debe decidir y en función de qué criterios?
En la práctica, es el Banco Central de Reserva (BCR) el que determina el tipo de cambio a través de la compra y venta de divisas. El sustento para ese papel es su ley orgánica que le encarga “administrar las reservas internacionales” del país. Sin embargo, la decisión del tipo de cambio va mucho más allá de la función central del BCR, que es asegurar la estabilidad monetaria, y es más amplia que las tareas de administración de las reservas, que deben entenderse como la seguridad, liquidez y rentabilidad de esas reservas.
El tipo de cambio tiene importantes repercusiones tanto en el crecimiento económico como en la distribución de ingresos, objetivos que la ley no asigna al BCR, y para los cuales esa institución no se encuentra preparada técnicamente. La responsabilidad central del BCR, más bien, impone a sus decisiones cambiarias un sesgo estabilizador, favoreciendo la postergación de cualquier aumento en el dólar por su impacto en la inflación, como también en la estabilidad financiera de las empresas y entidades públicas endeudadas en dólares.
Sugiero una reflexión nacional respecto al proceso de decisión sobre el tipo de cambio, incluyendo la posibilidad de adoptar esquemas aplicados en otros países para asegurar que las decisiones cambiarias sean parte integral de las políticas de crecimiento y de equidad del país, sin vulnerar la autonomía que la ley le otorga para llevar a cabo su objetivo estabilizador.
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