El Comercio, 13 de diciembre de 2015
(http://elcomercio.pe/opinion/rincon-del-autor/casco-ciclista-richard-webb-noticia-1863399)
Mi formación para la profesión de economía fue de lujo. Estudié en universidades de gran reputación y con profesores que incluían algunos de los economistas más respetados en el mundo en esos años. Pero recién ahora, varias décadas más tarde, descubro que mi verdadera educación profesional fue adquirida no en las aulas sino en los cerros de Mala, aprendiendo a ser ciclista.
Es que para el ciclista es meridianamente claro que el éxito dependerá de dos logros, cada uno tan importante como el otro. El primero consiste en exprimirle la última gota de eficiencia a la máquina. El segundo, en no caerse. Con eficiencia, hablando tanto de la bicicleta como del cuerpo humano, se puede aventajar por unos segundos al rival. Pero caerse significa llegar horas más tarde o salir de la carrera. Para el aprendiz de ciclista, la lección se aprende al instante, sin necesidad de manuales o libros de texto. En su caso, la letra con sangre entra, literalmente.
El economista aprendiz no tiene esa suerte. La experiencia nos dice que la formula para salir de la pobreza es idéntica a la del ciclismo - eficiencia y no caerse - pero el curriculum y los textos del estudiante de economía se dedican preponderantemente a la eficiencia productiva, objetivo que se considera materia para una ciencia matemática y científica. Los casos de caídas de la economía se tratan más bien como aberraciones o fenómenos accidentales, materia más para el arte del psicólogo o del sociólogo que para la ciencia económica.
La importancia de las caídas ha sido documentada para el caso peruano en una reciente obra del profesor Bruno Seminario. Seminario ilustra el poder de las “catástrofes,” económicas, militares, naturales o provocadas por epidemias y enfermedades, mediante una comparación del desarrollo del Reino Unido con el del Perú. Estima que el ingreso por persona en el reino Unido era apenas 30 por ciento mayor al peruano en el año 1600 pero que, desde esa fecha, el británico creció 24 veces mientras que el peruano apenas 8 veces, creando así una brecha enorme entre las dos economías. Cuando analiza las causas del atraso peruano descubre que se explica por el mayor número de catástrofes e interrupciones productivas sufridas en el Perú. Estas incluyeron terremotos y epidemias durante al colonia, pero su incidencia fue particularmente fuerte a partir del siglo XIX, notablemente la Guerra del Pacífico y una sucesión de crisis financieras.
Si dejamos de lado la historia para mirar el presente, lo que vemos es una nutrida lista de factores “no-económicos” que amenazan el desenvolvimiento productivo normal, pero que escapan de los conocimientos tradicionales del economista. Estos incluyen la recesión económica mundial y una larga lista de amenazas, como son la violencia terrorista, el Fenómeno El Niño, el calentamiento climático, la degradación del medio ambiente, la ola delictiva y de corrupción, y más generalmente, el debilitamiento de capacidad de gobierno. Uno o todos esos factores se presentan hoy día como determinantes principales del curso futuro de la economía.
Todo indica que la tarea científica del economista tiene mucho por completar y quizás reformular para apoyar a los gobernantes futuros que tendrán que lidiar con esa complicada agenda económica que tiene tanto de “no-económico.” Mi sugerencia es que el economista adopte como parte de su indumentaria regular el uso de un casco. Vestido así, cuando se presenta ante un auditorio para hablar de las perspectivas de la economía, se inclinará a sopesar un poco más los múltiples riesgos de interrupción productiva que, en realidad, parecen resultar tan o más determinantes que las reglas de la productividad aprendidas en las aulas
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